Además de la alfarería, fue la sal el producto que tradicionalmente dio trabajo y riqueza a los navaleses. El de La Rolda es uno de los múltiples salinares que se construyeron para explotar los manantiales salinos. Durante la Edad Media, los reyes vieron en la sal un medio claro y seguro para financiar las campañas militares y para cubrir otros gastos de la monarquía. El interés por controlar su comercio hizo que la Corona progresivamente incorporara a su propiedad todas las salinas, pozos y manantiales de agua salada. En verano la sal se guardaba en las casetas del salinar; en invierno se transportaba al alfolí o almacén de la sal, una construcción excepcional. Su humilde aspecto externo oculta un amplio espacio interior donde sorprende la robustez de las columnas que lo articulan en dos naves.
Parece que la construcción se remonta al siglo XIII (1274) cuando el rey Jaime I concedió a Naval el monopolio para la venta de su sal en una amplia zona de Aragón. Para evitar la corrupción de los administradores y las luchas por el control de las rentas de la sal, ya en el siglo XVII Felipe IV creó el Estanco de la Sal, controlando su venta de forma similar a otros productos, como el tabaco. Éste durará hasta 1870, año en el que la tremenda presión pública fuerza al gobierno a liberalizar su fabricación y venta.
Algunos de los documentos conservados en el archivo están redactados en el siglo XVIII por los notarios de Naval: Joseph Gerónimo de Torres y Felipe Gassós.